viernes, 8 de enero de 2016

Un portal de belén literario

http://www.elmundo.es/cultura/2015/12/24/567afc68ca474112108b4671.html
Ofrecemos una reconstrucción de los personajes del Portal de Belén recreados, en relatos o novelas, por varios autores. A saber: la Virgen según la mirada de Colm Toibín, San José visto por Tolstoi, el Niño bajo el prisma de Norman Mailer, la sugerencia de Roberto Bolaño sobre los Reyes Magos y el 'toque Roberto Arlt' sobre los pastores. / LUIS ALEMANY
LOS REYES MAGOS
Hasta en el último libro de retales de Roberto Bolaño hay algo en lo que detenerse. Entre paréntesis (Anagrama, 2004) recoge los artículos que escribió para el Diari de Girona y, después, para un periódico de Chile que, por lo visto, al principio iba de serio y ahora se dedica a la farándula (Las Últimas Noticias). Cuento de Navidad en Blanes, incluida en la recopilación, debió de aparecer en Chile en enero de 2000, cuando Bolaño ya era un runrún pero no, todavía, un mito. Pongámonos en la piel de un lector chileno que quizá sólo supiera de Bolaño de oídas. ¿Qué es Blanes, para empezar? Una bonita ciudad playera en invierno, explica el columnista: «En invierno algunos pueblos de la Costa Brava parecen pueblos fantasmas. Sobre todo algunos barrios, los dedicados al turismo, entran en un letargo que los asemeja a esas ciudades de los sueños o de las pesadillas: ciudades de edificios altos y apartamentos pequeños en donde suelen ocurrir equívocos de los que uno siempre se arrepiente». Qué sugerentes son siempre estos escenarios. Pero no hemos venido a hablar de Blanes en enero sino de los Reyes Magos. Cinco de enero, una calle desierta, el portal de un edificio seguramente enfermo de aluminosis, un amigo aparece vestido de rey Baltasar. A su espalda, dos gambianos, jornaleros en el campo por la zona, aparecen vestidos de Melchor y Gaspar. ¿Y esto? «No encontré un blanco que hiciera de Gaspar».

LOS PASTORES

A Roberto Arlt se le quiere o se le huye y es un poco como el miedo a los aviones, que se siente o no se siente y no traten de convencer al vecino de asiento de que se muere más gente en coche. Es fácil comprender los motivos para no quererle: tendía a patético y sentimental y escribía como si llevara cascos de caballo en las manos. Ya sé que escribo mal, pero el mundo está lleno de gente que escribe bien y que sólo hace para que le lean sus tías, vino a decir una vez. ¿Y para quererle? Pues eso, que no hubo otro como él. El pan dulce del cesante es una prueba, un aguafuerte (un texto a medio camino entre el teatro y el periodismo) en el que una pareja, los pastorcillos de nuestro Belén, se encuentran con que es Navidad y no tienen plata para comprar el dichoso pan dulce, que debe de ser algo parecido a la panettone. Todo suena un poco a «Dale, qué pobres somos, ¿viste?», pero al final, después de encontrar una solución (empeñar el traje del hombre), llega un desenlace inesperado: «Luego los dos fantasmas se han quedado en silencio. Cada uno con los pensamientos por su lado. La mujer en su pasado; el hombre, en su futuro. La mujer, en lo que debe hacerse; el hombre en lo que puede hacer para él. Una generosidad y un egoísmo, siempre clavados de frente, siempre forcejeando en lo oscuro de su conciencia». LA VIRGEN Cualquiera piensa en El testamento de María, de Colm Tóibín (Lumen), y aún se pregunta cómo pudo ser que no se montara un escándalo espantoso tras su publicación o después de su adaptación al teatro. La última tentación de Cristo, la película blasfema de Scorsese, era una broma comparada con la novela del irlandés. Muy en resumen, estamos ante un monólogo de María, ya al cabo de su vida, que lo desmiente todo. Desmiente que San Juan Evangelista criara a la Virgen, desmiente el mito de la inmaculada concepción y desmiente que su interés místico se dirigiera a Yahveh. María, en el relato de Tóibín, era una politeísta convencida, una seguidora de Artemisa que ya intuía la tendencia del monoteísmo a arrasarlo todo intelectualmente. Y eso, más que un poco blasfemo, es mucho intuir para una mujercita del siglo I antes de Cristo, ¿no?, dirá alguien. Y sí, sí que lo es, pero más escenas de acción desmadrada hay en la Biblia. María, por no creer, no se cree ni a su hijo. Le disgustan sus amigos, le enfada la manera en la que todos lo tratan como a un iluminado y lo dirigen hacia su calvario. El día de la Cruz, por cierto, la María de Colm Tóibín se va, desaparece para que la dejen en paz con su pena y, aquí entre nosotros, para salvar el pellejo. Aquellos que no se asusten con el Segundo Mandamiento, que apunten el título de la novela.

LA VIRGEN

Cualquiera piensa en El testamento de María, de Colm Tóibín (Lumen), y aún se pregunta cómo pudo ser que no se montara un escándalo espantoso tras su publicación o después de su adaptación al teatro. La última tentación de Cristo, la película blasfema de Scorsese, era una broma comparada con la novela del irlandés. Muy en resumen, estamos ante un monólogo de María, ya al cabo de su vida, que lo desmiente todo. Desmiente que San Juan Evangelista criara a la Virgen, desmiente el mito de la inmaculada concepción y desmiente que su interés místico se dirigiera a Yahveh. María, en el relato de Tóibín, era una politeísta convencida, una seguidora de Artemisa que ya intuía la tendencia del monoteísmo a arrasarlo todo intelectualmente. Y eso, más que un poco blasfemo, es mucho intuir para una mujercita del siglo I antes de Cristo, ¿no?, dirá alguien. Y sí, sí que lo es, pero más escenas de acción desmadrada hay en la Biblia. María, por no creer, no se cree ni a su hijo. Le disgustan sus amigos, le enfada la manera en la que todos lo tratan como a un iluminado y lo dirigen hacia su calvario. El día de la Cruz, por cierto, la María de Colm Tóibín se va, desaparece para que la dejen en paz con su pena y, aquí entre nosotros, para salvar el pellejo. Aquellos que no se asusten con el Segundo Mandamiento, que apunten el título de la novela.

SAN JOSÉ

¡Sorpresa! El San José que nos trae Lev Tolstoi es un conde ruso, el conde Rostow, un hombre apuesto, de naturaleza «cálida y generosa», de esos que, si Rusia hubiera tenido 100 más como él en el Gobierno, aún estaría la familia Romanov en San Petersburgo. Otra cosa es que Rostow, el protagonista de Un cuento de Navidad ruso, de tan bueno que era, iba camino de la ruina. De tan generoso y bienintencionado, deja que los capataces le roben o actúen con pereza. Y, sobre todo, los gastos de una familia de la noblesse, como dice en francés Tolstoi, no son pocos. Y por eso, su mujer tuvo una idea, casar a Nicolás, su hijo mayor, con la heredera de una familia pujante. Pero Nicolás, que también era buen chico y que no hubiese querido otra cosa más que complacer a su amantísima madre, está enamorado de una chica que tampoco tiene un rublo. Y ahí empiezan a aparecer personajes que se llaman Natascia y otros que se llaman Natcha y primos y tíos y más primos. Qué ruso todo, ¿verdad? Fuera hace 20 grados bajo cero pero la noche es clara, es Navidad y, al final, el conflicto se elevará de lo particular (qué hacer con Nico) a lo general: el alma humana, el alma rusa, la dignidad y el amor, ese tipo de cosas... Y el pobre conde Rostow, como San José, acompaña e inspira, pero no decide gran cosa.

EL NIÑO JESÚS

Había que ser Norman Mailer para tener el morro de escribir una biografía ficticia de Jesucristo. Había que ser el gran tiarrón de la literatura de su país y de su tiempo, había que estar convencido de los recursos propios delante de un papel en blanco, había que estar al borde de la psicopatía en asuntos de autoestima para pensar «yo voy a ser el tío judío de Brooklyn que va a coger a Jesus y le voy a dar un par de vueltas». El evangelio según el hijo (hay una vieja edición de Anagrama) es la prueba de tanta osadía y, aunque tiene sus pegas, es bastante disfrutable. En eso también tenía que ser de Mailer. Su Cristo, por cierto, es bastante americano: espontáneo, franco, bromista, un poco chuletilla, valiente... Se encuentra con el Diablo en el desierto y le trata como si aquello fuera un videoclip de un grupo de rock de los años 80. Luego llega la escena de Lázaro y su ceguera y la escena se cuenta como si Jesús fuera el señor Lobo de Tarantino, un tipo con buena mano que todo lo puede arreglar. El Evangelio según el hijo no es El Anticristo de Nietzsche, esto no va a de retorcer las ideas y de llevarlas hasta su límite de máxima verdad. Pero es Navidad y, después de la comida, apetece dejarse llevar con una historia de aventuras para hacer tiempo hasta el siguiente banquete.

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